Escribe Pablo Ascúa

 

No quiero aquí hablar de la calidad artística de la obra de Walter, que creo habla por sí misma, sino referirme a su persona. Yo tuve la fortuna de haber sido alumno de Walter de joven, y luego colega docente, amigo y compañero de dúo de guitarras. Junto a él llevamos adelante proyectos musicales, entre los que están dos discos, y a lo largo de esos siete años de actividad musical compartida fui conociendo a una de esas personas “distintas”, que sin proponérselo se destacan en la sociedad por su inteligencia, su talento artístico, su compromiso. Pero además era un tipo muy querido por todos quienes lo conocían, y yo creo que eso era así porque imprimía a sus acciones calidez y afecto. Ya fuera un alumno que le “caía” a su casa un domingo para consultarle algo, o un importante artista que lo visitara, siempre tenía las puertas abiertas y los mates listos y hacía que uno se sintiera como en su hogar. Y las charlas, por más triviales que pudieran ser los temas abordados, terminaban siempre derivando hacia cuestiones importantes que invitaban a la reflexión. Aunque tuviera muy claros sus puntos de vista, no trataba de “bajar línea”, describía lo que veía como contemplando un paisaje, y yo sentía esa actitud como una muestra de respeto hacia el otro. Podría seguir escribiendo sobre un montón de cosas que me vienen a la cabeza cuando lo recuerdo, pero sé que las palabras sólo representan un débil reflejo de los sentimientos que uno quiere transmitir. Celebro la idea de este espacio, que servirá para que cada uno pueda evocar emociones y pensamientos sobre el querido amigo y maestro.

 

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